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El caballito de batalla

Publicado: 2012-05-30

El Museo de los Objetos Fantásticos tiene, naturalmente, un zoológico de animales igualmente fantásticos, donde retozan el tigre de papel, el lobo con piel de cordero, el perro del hortelano y otros. Ahí se empeña una y otra vez en la misma cosa el caballito de batalla, terco y persistente.

El caballo de batalla es, en principio aquella habilidad en la que uno sobresale. La Real Academia Española da un par de ejemplos desangelados: “la legislación testamentaria es el caballo de batalla de tal abogado” y “Tal ópera es el caballo de batalla de tal cantante.” Otro ejemplo aburrido encuentro en una página web dedicada a los carros: “el Mitsubishi Outlander es un verdadero caballo de batalla para la marca japonesa”.

Este uso original tiene mucho sentido: los caballeros de antaño tenían un corcel favorito y confiable, del que dependían, literalmente, vida y honra, y al que engreían con los mejores forrajes. Así, es lógico que actualmente, en el deporte, algunos jugadores sean declarados el corcel confiable. Como leo en la página web de Las Águilas del Cibao, equipo de béisbol dominicano, Fernando “el cuchillo” Hernández es “un lanzador ganador y un caballo de batalla en series finales”.

En otros casos, el caballo de batalla es aquello que siempre se discute, el tema que aparece todo el rato en la agenda, la cosa machacona e insistente que los obsesivos levantan cada vez que chapan micrófono. Por ejemplo, de acuerdo a El País de España “la competitividad es el caballo de batalla de la canciller alemana Ángela Merkel, que quiere aprobar un pacto europeo al respecto”.

Lo curioso de todo esto es que un uso bastante extendido es llamar al caballo, caballito: “si Chávez pierde las elecciones, el primer caballito de batalla del chavismo se llama Colombia” dicen los expertos, sobre las delicadas relaciones colombo-venezolanas.

Pero este uso es desconcertante. ¿Qué tenemos en el museo: un pony o un purasangre? Se me hace difícil imaginar a Ricardo III en el drama de Shakespeare clamar “¡Un caballito! ¡Un caballito! ¡Mi reino por un caballito!”; imposible figurarse a Alfonso Ugarte espoleando con un “¡Arre, caballito! a su corcel blanco cuando pasó a la inmortalidad; peor aún pensar en Bolívar en Junín, animando a los patriotas a lanzar sus caballitos contra el enemigo.

¿Será que se trata de uno de esos diminutivos de cariño, que usamos los latinoamericanos a cada rato? De hecho, en la Ciudad de México, la estatua ecuestre de Carlos IV, fue bautizada como “caballito” (nadie se acuerda del rey) y el nombre se aplica ahora a la zona donde estuvo instalada, en el Paseo de la Reforma. ¿Será –más bien- que es uno de esos diminutivos pasapiola que usamos cuando queremos disimular algo? (“Llego en un ratito”; “es una carrerita nomás, maestro”; “la puntita nomás, mi amor.”)

En la duda abstente, dice la sabiduría; pero voy a apostar que se trata de un caballito de batalla, chiquito pero valiente. En algún momento del lenguaje, alguien se hartó de que un cierto pesado insistiese con el tema de siempre y dijo “ya empezó este con su caballito”, y así se transformó el masivo corcel de los caballeros en un pony, más a la mano y amigable. Y así me despido: con mi caballito de batalla, que son los objetos fantasticos. Hasta más ver.

Fuentes: El País, mayo de 2011; BBC Mundo, noviembre 2011; Aguilas.com.do; www.autobild.es

Publicado en revista SoHo Perú. Febrero de 2012

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Escrito por

Eduardo Gonzalez

Descendiente del gitano Melquíades. Vendo imanes. Opino por mi y a veces por mi gato.


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El museo de los objetos fantasticos

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